Marzo de 1914
POR QUE, EL INVESTIGADOR DE LA
VERDAD DEBE VIVIR EN EL MUNDO
Después de la escena de la transfiguración, cuando Cristo y sus discípulos se disponían a descender del Monte, los últimos de muy buena gana se hubieran quedado y sugirieron hacer algún lugar para morada para de este modo poder permanecer en él. No obstante, esto no les fue permitido, porque había en el mundo mucho trabajo que ejecutar, el cual hubiera quedado sin hacerse si su plan se hubiera seguido.
El Monte de la Transfiguración es la Roca de la Verdad, sobre la cual el espíritu liberado puede contemplar las realidades eternas. Allí el GRAN AHORA (el pasado simbolizado por Moisés y Elías) los profetas de la dispensación anterior, se reunieron con Cristo, el regente del Reinado que se preparaba. Todo espíritu que le es permitido considerar los esplendores supremos de este plano celestial, el oír los acordes sublimes de la armonía de las esferas y el ver el colorido maravilloso que acompaña a la música, está predispuesto a no abandonar tal lugar. Si no fuera porque se nota una sensación de perder nuestra forma y de que se esfuma nuestra personalidad, así como de que este plano se enrosca dentro de nosotros mismos, probablemente no tendríamos la fortaleza necesaria para volver a la tierra, pero esta sensación de que retenemos al cielo dentro de nosotros, nos fortifica cuando llega el momento de volver otra vez nuestras miradas hacia afuera y de atender al trabajo del mundo.
Los objetos en el plano físico ocultan siempre su naturaleza o construcción interna; vemos solamente la superficie. En el Mundo del Deseo vemos a los objetos fuera de nosotros, pero por dentro y por fuera de ellos, pero no nos dicen nada de ellos mismos ni de la vida que los anima. En la Región de los Arquetipos parece que no hay circunferencia, sino que a donde quiera que dirigimos nuestra atención allí está el centro de todo y nuestra conciencia se ve instantáneamente llena del conocimiento concerniente al ser o a la cosa que estamos mirando. Es más fácil el sorprender en un fonógrafo el tono que nos llega desde el cielo que el exteriorizar o, mejor dicho, el verter al papel las experiencias que se nos presentan en aquel reino, puesto que no hay palabras adecuadas para expresarlas. Todo lo que podemos hacer es intentar él vivirlas.
Pero para vivirlas, siquiera imperfectamente, debemos vivir en el mundo, pues no tenemos derecho a vivir en reclusión con la verdad que hemos hallado. Esta es la gran lección que se nos enseña cuando Siegfried abandona a su amada. Él no debe quedarse. La vida es un flujo constante y el estancamiento es el pecado cardinal, pues las experiencias nuevas es el verdadero soplo de vida del progreso. Si nosotros hemos hallado la verdad es sólo su consecuencia natural el buscar un campo donde ésta pueda ser útil y en concordancia con nuestro juicio en tal materia y con la diligencia con que cultivemos tal campo, será la cosecha que recolectaremos.
Hay una cuestión que debe ser considerada muy atentamente por cada uno de nosotros, hela aquí: "¿Qué uso estoy haciendo de las enseñanzas que he recibido?" Nosotros podemos estar sobre una montaña entregados a ensueños y a meditación aunque podamos vivir en una ciudad y tan sordos al grito por luz que suena en nuestros oídos, como si el investigador se hallase a miles de kilómetros alejados de nuestro lado. A menos
que repartamos por nuestro modo de vivir (que habla más alto que las palabras) la verdad que hemos hallado, incurriremos en una gran responsabilidad, pues a aquel que mucho se le ha dado mucho le será exigido.
Recordemos para acabar, que el "conocimiento infla, pero el amor construye" y que el servicio es el patrón de la verdadera grandeza.
del libro "Cartas a los Estudiantes", de Max Heindel
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