Cristo dio a Sus discípulos dos mandamientos cuando les dijo: "Predicad el Evangelio y curad al enfermo." Vimos por la lección del mes pasado cómo el ministerio de guía espiritual está estrechamente unido con la curación de las dolencias físicas; pues aunque la inmediata y aparente causa de la enfermedad pueda ser física, en un análisis final todas las dolencias son debidas a la transgresión de las "Leyes de Dios", las que llamamos vulgarmente "Leyes de la Naturaleza" en nuestros materiales intentos de eliminar lo Divino. Bacon, con rara percepción espiritual, dijo: "Dios y la Naturaleza difieren entre sí como el sello y su marca". Como el lacre se amolda a las líneas rígidas del sello, así también la naturaleza se amolda a las leyes inmutables de su Divino Creador, y así la salud y la condición del libre albedrío son la regla entre los reinos inferiores. Sin embargo, cuando se ha alcanzado el grado de humano, cuando se ha desarrollado la individualidad y empezamos a exigir el derecho de la elección, de la prerrogativa y de la emancipación, es cuando nos disponemos a contravenir o quebrantar las leyes de Dios, e invariablemente, esta transgresión va seguida del sufrimiento.
Existe un lado de la Luna el cual no vemos nunca, no obstante sabemos que existe, y precisamente ese lado escondido de la Luna es tan importante factor para la formación de las mareas como lo es la parte más cercana a nosotros y visible. También en el hombre existe un lado escondido que es tan responsable de la acción como el ser físico que contemplamos. Los quebrantamientos de las leyes divinas en los planos de la acción mental y moral son tan responsables de los trastornos físicos, como lo es el lado oculto de la Luna en la producción de las mareas.
Si lo que antecede fuese comprendido, los médicos cesarían de estar desorientados acerca del hecho enojoso de que en tanto que cierta clase y cantidad de una medicina determinada cura una enfermedad, puede ser impotente en absoluto en otras. Va en aumento el número de médicos que se van convenciendo de que la ley del destino es un factor importante en la manifestación de las enfermedades y en el retardo de su curación, no obstante no creer en la falacia del sino. Reconocen que Dios voluntariamente no nos aflige, ni tampoco pretende vengarse de los transgresores; ellos reconocen que la pena y el sufrimiento están designados para enseñarnos lecciones que no aprenderíamos o no podríamos aprender por ningún otro medio. Las estrellas muestran el periodo estimado como adecuado para enseñarnos]a lección, no obstante no poder, ni Dios mismo, determinar el tiempo exacto, ni la cuantía de sufrimiento necesaria; nosotros mismos tenemos la prerrogativa, puesto que somos divinos. Si despertamos al hecho de nuestras transgresiones y comenzamos a obedecer la ley antes que la aflicción astral cese, nos curaremos de nuestro mal, ya sea éste mental, físico o moral; pero si persistimos hasta el final de una aflicción astral sin haber aprendido la lección, nos forzará a la obediencia más tarde una configuración más hostil.
Relacionado con esto es por lo que un restablecedor de la salud dotado de una mente espiritual puede prestar con frecuencia los servicios más eficaces y acortar el periodo de sufrimiento señalando al paciente la causa de su aflicción. Aun cuando el médico se halle o se vea impotente para combatir con la enfermedad, puede muchas veces alentar al paciente durante una crisis de inevitable sufrimiento, mediante la promesa consoladora de alivio determinada para un momento.
En mis servicios a los enfermos durante años atrás no ha sido infrecuente mi privilegio de poder señalar así la Estrella de la Esperanza, y hasta donde alcanzan mis recuerdos, mis predicciones sobre la mejoría en un plazo determinado, han sido realidades siempre, y algunas veces de la manera más milagrosa quedarse pueda, pues las estrellas son el Reloj del Destino y son siempre exactas. En lo que queda expuesto tiene explicada la gran razón por la cual debemos estudiar astrología bajo el punto de vista espiritual. En la lección del mes próximo espero exponer algo más definitivo concerniente a la Panacea Espiritual, y entre tanto tengo la seguridad de que le será grato saber que hemos comprado el terreno del que ya hemos hablado anteriormente.
Es un lugar que tiene una vista incomparable en el Sur de la bella California; en efecto, aunque yo he viajado por todo el mundo no he visto sitio igual que pueda compararse con el lugar de nuestra futura Residencia General. Está situado sobre una elevada meseta que permite la visión libre de un panorama que se extiende a unas cuarenta millas o más, en todas direcciones. Por el Norte, la altura del monte Santa Ana desvía los vientos fríos del Norte, de tal forma que prácticamente el clima está libre de hielos durante todo el año. Debajo de nosotros, por el Este está el Valle de San Luis Rey, con el río que parece una franja plateada, cruzando por fértiles campos, y por la histórica Misión Española, en la cual los Padres Franciscanos enseñaron a los indios durante siglos. Más para el Este el monte de San Jacinto alza su pico nevado hacia un cielo del mis intenso color azul. Por el Sur, el promontorio de La Joya, con sus cuevas pintorescas, oculta a las miradas, el gran puerto natural de la ciudad situada más al Sur de las tierras del Tío San: San Diego.
Mirando al punto por donde se pone el Sol podemos contemplar el plácido seno del Océano Pacificó, la isla de San Clemente, y también Santa Catalina con sus maravillosos jardines- submarinos- un cuadro compuesto de gloria e inspiración, suficiente por sí solo para la evocación de todo lo que halla de mejor y más puro en cualquier persona inclinada hacia lo espiritual.
A este bello rincón de la naturaleza le hemos dado el "Monte Ecclesia", habiéndose abierto ya un fondo pare erigir los edificios adecuados: una Escuela de Curación, un Sanatorio, y, por último, un lugar para el culto - una "Ecclesia"- en la que será preparada la Panacea Espiritual y enviada por todo el mundo para que sea aplicada por los auxiliares debidamente capacitados para ello.
del libro "Cartas a los Estudiantes", de Max Heindel
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